Toda la vida he sido un fanático de las scooters. Para mi, el transporte urbano perfecto.
Partí con una Yamaha BWs el 2000. Y desde entonces, los estacionamientos, la bencina y los tacos jamás fueron tema para mi.
Pero claro, nada es tan maravilloso. Y las eternas peleas con mis abuelos y con mis viejos sobre los peligros de andar en scooter (sobretodo ahora que vivo en Huechuraba, asi que ando en carretera y túneles todos los días), terminaron con un tremendo CRUSH!
Ayer en la tarde, saliendo de la oficina, choqué con un taxista. Reconozco que fue mi culpa (pensé que se podía doblar en esa bifurcación). Y del golpe sólo recuerdo ver mis zapatillas apuntando para arriba, mis manos sintiendo el pavimento y una tremenda conmoción que no me podía creer. Estaba entero. Mi moto quedó buena para nada. El auto, también con abollones feos... pero yo, la saqué barata: apenas una esguince en el tobillo, un tec suave -bendito casco integral- y el dolor en el bolsillo por tener que pagar por los daños.
Del resto, nada. Ni mi iPad, que andaba trayendo. Ni los lentes. Nisiquiera mi chaqueta sucia o los anteojos rotos.
Sumando y restando, claro que la saqué barata. Por años. Pero nada es tan fantástico. Y, como siempre he creído, por algo pasan las cosas. Esta vez me salió exactamente lo justo y necesario como para aprender que ahorrarse tacos, bencina y estacionamientos no es una excusa válida para tus hijos.
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