En las últimas 4 semanas, he estado filmando un comercial en Santa Cruz de
la Sierra, atendiendo el summit regional de McCann Worldgroup en Ciudad de
México y hoy, como jurado en el Wave Festival en la categoría Cyber, en
Rio de Janeiro. Y entre tanto subir y bajar de aviones, armar y desarmar
maletas y ponerme al día con la family y la pega, he tenido botado este
lugar.
Pero hoy terminé agotado el primer día de Jura, son las 11.28, acabo de
terminar de ver el nuevo capítulo de Mad Men, y mi nariz es como la de
Rodolfo el reno gracias al maldito aire acondicionado de los aviones, los
hoteles y los taxis.
Así que me voy a dar el lujo de hablarles de Rio.
Nunca había venido. Y si bien la ciudad me recibió con lluvia, el "frío"
no bajaba de los 20 grados. Con short y polera, apenas alcancé a darme una
ducha en mi pieza -sacada como de una canción de Sinatra o un capítulo del
mismísimo Mad Men-, ponerme algo más de "adulto" que mis chalas naranjas y
mis shorts, y enfilar al lobby. De compañeros de viaje, Marcelo Con y Sra.
Y Cruncho. Tres jurados. Cuatro chilenos patiperros caminando por la
ciudad que lloraba quizás por qué.
Fuimos a un restaurant llamado "Antiquarius". De decoración más bien
antigua y fea, el servicio dejó ver rápidamente que no era barato. Las
caipirinhas y el picoteo que llegaba sin parar -pancitos, quesitos,
empanaditas y diminutivos varios que nos hicieron dudar si realmente había
una carta.
Pero sí la había. Y el recogedor de migas del mozo, de un dorado perfecto,
nos auguró que la cosa era ruda: cerca de 35,000 el plato de camarones y
mariscos varios, que por pudor lógico dividimos entre dos. Aun así, no
salió menos de 100 dólares por cada uno.
Pero qué tanto, si es Rio. Y la lluvia se acabó. Y ahora caminamos por
Copacabana felices de la vida, conversando y mirando todo con los ojos
bien abiertos. Ninguno había venido, así que los racimos de coco en cada
kiosquito de la playa -la mayoría cerrados-, la gente paseando a las 10 de
la noche a pie pelado y la cantidad de gente corriendo; todo eso, nos
pareció fantástico.
Una última parada, a uno de estos kiosquitos. Cuatro cervezas de medio
litro, otro poco de conversación, y esa sensación tan rica de haberlo
pasado increíble, durante mucho rato, y todavía ni son las 12. Osea, hasta
con una buena dormida.
Mi cama gigante, mi agenda de mañana y un chocolatito suizo esperando,
fueron el último sabor del día cero en una ciudad con aroma a mar tibio,
limón y arena.
la Sierra, atendiendo el summit regional de McCann Worldgroup en Ciudad de
México y hoy, como jurado en el Wave Festival en la categoría Cyber, en
Rio de Janeiro. Y entre tanto subir y bajar de aviones, armar y desarmar
maletas y ponerme al día con la family y la pega, he tenido botado este
lugar.
Pero hoy terminé agotado el primer día de Jura, son las 11.28, acabo de
terminar de ver el nuevo capítulo de Mad Men, y mi nariz es como la de
Rodolfo el reno gracias al maldito aire acondicionado de los aviones, los
hoteles y los taxis.
Así que me voy a dar el lujo de hablarles de Rio.
Nunca había venido. Y si bien la ciudad me recibió con lluvia, el "frío"
no bajaba de los 20 grados. Con short y polera, apenas alcancé a darme una
ducha en mi pieza -sacada como de una canción de Sinatra o un capítulo del
mismísimo Mad Men-, ponerme algo más de "adulto" que mis chalas naranjas y
mis shorts, y enfilar al lobby. De compañeros de viaje, Marcelo Con y Sra.
Y Cruncho. Tres jurados. Cuatro chilenos patiperros caminando por la
ciudad que lloraba quizás por qué.
Fuimos a un restaurant llamado "Antiquarius". De decoración más bien
antigua y fea, el servicio dejó ver rápidamente que no era barato. Las
caipirinhas y el picoteo que llegaba sin parar -pancitos, quesitos,
empanaditas y diminutivos varios que nos hicieron dudar si realmente había
una carta.
Pero sí la había. Y el recogedor de migas del mozo, de un dorado perfecto,
nos auguró que la cosa era ruda: cerca de 35,000 el plato de camarones y
mariscos varios, que por pudor lógico dividimos entre dos. Aun así, no
salió menos de 100 dólares por cada uno.
Pero qué tanto, si es Rio. Y la lluvia se acabó. Y ahora caminamos por
Copacabana felices de la vida, conversando y mirando todo con los ojos
bien abiertos. Ninguno había venido, así que los racimos de coco en cada
kiosquito de la playa -la mayoría cerrados-, la gente paseando a las 10 de
la noche a pie pelado y la cantidad de gente corriendo; todo eso, nos
pareció fantástico.
Una última parada, a uno de estos kiosquitos. Cuatro cervezas de medio
litro, otro poco de conversación, y esa sensación tan rica de haberlo
pasado increíble, durante mucho rato, y todavía ni son las 12. Osea, hasta
con una buena dormida.
Mi cama gigante, mi agenda de mañana y un chocolatito suizo esperando,
fueron el último sabor del día cero en una ciudad con aroma a mar tibio,
limón y arena.
Posted via email from Ritalin.
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