Nuestro segundo día en Lima partió una hora antes de que nos despertaran. Relajadísimo, mirando el cielo gris por la ventana, revisé mentalmente lo que nos tocaba hacer hoy:
Desayunar, tomar un taxi al centro (taco impresionante en el barrio colonial; "suele ser peor" nos dijo el taxista), recorrer la plaza principal y quedar impresionado por las construcciones dignas de Praga o París. Qué menos para un virreinato.
Enfilar luego al Museo de la Inquisición (mala pata: cerrado "hasta nuevo aviso"); recorrer el enorme barrio chino -más patronato que San Francisco- y quedarse pegado con las extrañas baldosas con inscripciones a lo bancas del Central Park.
Luego, lo mejor del día: un entretenidísimo almuerzo con la waif, nuestras anfitrionas Bea y Clarisa en el imperdible La Mar (el original), del gurú Gastón Acurio: partimos con un La Mar Sour (pisco sour con aguamanto), piqueo de maíz y la perfección limeña en su máxima expresión.
Luego del relajado y conversado lunch, un recorrido por Lancomar (un mall precioso frente al mar. Imagínense un Boulevard del Parque Arauco con vista al mar, empotrado en un pueblito de los Domínicos con tiendas a lo Alonso de Córdova... y un regreso rápido al hotel para ducharme y revisar mis clases del día.En la noche, la waif me esperaba para salir a comer.Y si bien imaginé que el Sushi bar EDO era como para algo liviano...
...la fusión peruana y sus salsas me salieron al paso. Sake sour y sushi bien rico, pero pesadote.
Raya pa` la suma, ni la suave caminata de vuelta de la mano de la waif, me sacó la idea de relajar el fanatismo culinario.
Al menos por mañana.
En la mañana. Dejémoslo así.
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